Transcurría el verano del 1972 cuando, buscando mejorar mi maltrecha economía de estudiante de bachillerato, con trece años, di mis primeros pasos en la actividad a la que con el tiempo me dedicaría profesionalmente, la Hostelería. Y no fue en un establecimiento cualquiera, fue en el Bar Farruco y tuve dos buenos maestros en los hermanos Carlos y Chiqui, que en aquellos momentos regentaban el negocio familiar después de la jubilación de su padre, el Sr. Farruco.
Del viejo Bar Farruco recuerdo especialmente los precios más asequibles que los actuales (un chato de vino 2 pesetas, un corto de cerveza 3 pesetas); la impresionante barra de pinchos (chipirones, langostillos, pincho de bonito, de alcachofa, banderillas etc. y los días de fiesta grande almejas al natural, gambas, cigalas y nécoras; la gramola y la maquina de “flipper” en la zona de la barra más antigua donde se acomodaban los clientes más jóvenes, "el reservado”, que era una sala desde la cual irreductibles jugadores de interminables partidas de cartas llamaban tu atención para ser servidos a base de sonoras palmadas. La otra barra y el salón donde se encontraba la televisión era también zona de partidas y por las noches solía acoger grupos familiares.
En aquellos tiempos en que éramos más pobres que ahora (aunque "los mercados” y nuestra clase política cualquier día revierten la situación) y nuestros hogares no tenían las comodidades que ahora disfrutamos, los bares eran el único lugar en que se hacía vida social y si los días laborales había una buena afluencia de clientes, los fines de semana todos los bares se llenaban para tomar el vermú después de Misa (también la Iglesia tenía más feligreses); después de comer en casa, todo el mundo, con excepción de las mujeres, iba al bar a tomar café y por supuesto jugar la sagrada partida. Y después de la partida a practicar el deporte favorito de aquella época chatear -para los más jóvenes chatear deriva de “chato” de vino, en aquella época no existía internet- y tomar cañas de bar en bar.
Pasados uno años los hermanos Farruco deciden independizarse y Carlos me involucra desde la apertura en su nuevo proyecto: FARRUCO CHARLY. En su nuevo negocio Carlos continúa las buenas prácticas del antiguo Bar Farruco, calidad, buen servicio, atención personalizada pero dentro de un marco diferente, estética y decoración más moderna, mobiliario más cómodo. La vieja gramola desparece para dejar su sitio a un equipo de música HI-FI, con lo que puedes crear un ambiente acorde a los gustos de tu clientela y sobre todo lo que entonces fue una grandísima novedad y un gran adelanto, el aire acondicionado que quizás fue la innovación que más agradecieron los clientes aquel verano de la apertura.
En aquel momento Carlos fue un pionero porque en aquel entonces ese tipo de establecimientos sólo los encontrabas en las ciudades; el medio rural a partir de aquella época empezó a modernizarse no solo en la hostelería, sino también en los ámbitos económicos, sociales, culturales y políticos a la par que el resto del País.
A partir del 1979 dejé de residir en Pedrajas, siempre que he vuelto de vacaciones o a pasar una temporada he sido asiduo cliente de Farruco Charly donde he sido tratado por Carlos y Fuencis como todos en esta casa, más como un amigo o familia que como cliente.
Cuando acabo de escribir estas líneas se estará celebrando el homenaje que dedicáis hoy en Pedrajas a Carlos y su familia. Como me encuentro un poco lejos, no podré acudir; desde este escrito me sumo a todos vosotros. Un fuerte abrazo a Fuencis, Cristina, Elena y Charly Junior.
Y al querido amigo Carlos, allá donde te encuentres, que sepas que guardo de ti el mejor de los recuerdos, que añoraremos el Bar Farruco Charly, pero que sobre todo te añoramos a ti.
HASTA SIEMPRE AMIGO ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Pepe Arranz.
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