sábado, 6 de abril de 2013

CARLOS Y CHARLY


De pie, frente a la cafetera, entre las dos barras, platos de café, cucharillas, terrones de azúcar, tirando sin parar cafés, finales de los sesenta en el antiguo “Farruco”. Esa es la primera imagen que tengo de Carlos, (siempre Carlos, no Charly). Era todo un espectáculo, para mí, la velocidad y la sincronización de movimientos, atendiendo a las dos barras y a la cafetera a la vez: sol y sombra, faria o rosly, con leche, solo….. En esa época, la pandilla, los Botis como nos llamaban (José Antonio, Juan Ramón, Desi, Tino, Agus, Luis, Pepe, yo…), empezamos a ir a los bares y aprender (todavía algunos seguimos aprendiendo) a jugar al mus. 

Al verte entrar, Carlos te saludaba con un “Dani, un cortado?”, ya sentías que habías entrado en el mundo de los mayores; todavía 43 años después Carlos, me ponía el cortado sin preguntarme cómo quería el café. Ahí en la parte vieja, barra alta, pasamanos de madera con abrazaderas doradas, posapiés alargado de hierro en el suelo, velador de mármol en el hueco de la ventana, entre las máquinas de discos y la de bolas, jugábamos la partida, nunca en el lado derecho donde estaban los señores; hacíamos maratonianas sesiones, pipas, cafés, claretes, cortos, cartas.. a la que se iban incorporando las chicas (Fátima, Olinda, Aurorita, Blanca, Mariasun, Bego, Rosa, Aurora, Lola..) ya con bermudas vaqueras, pioneras entre las chicas del pueblo entrando a bares. Corrían los 70, 71, 72.., la universidad, todavía el franquismo…… 

Sin solución de continuidad, en una autentica transición política, personal, escénica, pasamos al moderno Charly. En el nuevo, lo esencial permanecía, era mi bar, el de la pandilla, era mi padre con el que tomábamos el vermut toda la familia, era Carlos que seguía igual aunque hubiese cambiado el decorado y con el que siempre tuvimos una relación especial. Antes de casarse, muchos días, sobre todo en verano, después de cerrar (a veces le ayudábamos a barrer y recoger las mesas para terminar antes) nos llevaba a su peña, Las Mañanitas y al “Coto” dónde nos enseñaba los bajo-relieves de yeso y escayola que había esculpido en la pared, soles, caballos, plantas…, los bocetos de más proyectos y de paso nos sacaba (siempre fue generoso) allí, en su merendero, tabaco, vino, cerveza, algún conejo que caía, tomates de la huerta...y era el momento, fuera del bar, en el que más autentico estaba Carlos: conversador, discutidor, polemista, lúcido, entendido y orgulloso de  sus libros,  de su música, de sus toros y toreros de sus ideas políticas; siempre espíritu libre, individualista, en definitiva siendo lo que para mí siempre ha sido Carlos, un bohemio.


Fotografía que le hizo Miguel, mi hijo pequeño, con su cámara de juguete.
-diciembre de 2011 o enero de 2012-


 A partir de los ochenta mi relación con Carlos y su bar pasó a ser más prosaica, cotidiana. Hablábamos, sobre todo cuando iba sólo, intercambiando tan sólo unas palabras, pero como en clave, tal corrida, tal torero, tal noticia, tal político, tal vino, sin ampliar mucho, pues los dos sabíamos lo que pensaba el otro y no necesitábamos extendernos más. 

Como decíamos en casa, el Charly era el segundo cuarto de estar de la familia: cuando sales, vayas donde vayas siempre empiezas o terminas en Charly. Tomando el vermut siempre me acuerdo de mi padre (no creo que haya habido cliente más antiguo, fiel y cotidiano que él), Carlos sin preguntar le ponía su Martini Rojo, con unas gotas de ginebra y un chorrito de vino blanco, así hasta que se murió hace casi siete años. Poco hablador, mi padre tenía una relación con Carlos de miradas y sobreentendidos mutuos. Sus hijos y nietos hemos seguido con la costumbre hasta el final. El más pequeño de ellos, mi hijo Miguel, le hizo el año pasado una foto con su cámara de juguete (desenfocada, pero que os envío), al decirle que se había muerto su amigo Carlos, el de Charly, que siempre tenía algo para él, a sus 7 añitos se emocionó y se le escaparon las lágrimas. Cuando nos juntábamos toda la familia, los treinta y tantos, llenábamos el bar en el vermut y nos daba vergüenza porque casi no dejábamos entrar a la gente, como si el bar fuese nuestro, y era verdad, era nuestro bar.

Dani Arribas.

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