Ya te vale, galán, ¡vaya unas prisas!, mira que irte sin despedir... Te imagino ahora con tu media sonrisa viendo todo lo que se ha montado; lo que has montado, porque todo esto lo has hecho tú, es el aprecio “silencioso” que te habías ganado a pulso durante todos estos años y que ahora se ha hecho clamor, se ha hecho estruendo.
Hace un tiempo me encontré con Fuencis y la pregunté por ti: ¿Cómo está Carlos? Muy mayor, me dijo sonriendo. Dile que quiero ir a verle, que quiero hablar con él. Cuánto me arrepiento ahora por no haber tenido aquella última charla contigo.
Cuando me enteré de la noticia de que ya no andabas por Pedrajas sentí como si, al tiempo, algo de Pedrajas también hubiera muerto en mí. Es la misma sensación que tuve hace muchos, muchos años, con la muerte de mi tía Amelia, que con su personalidad creaba el pueblo cada día, o hace pocos con la muerte de mi padrino, Don Daniel: Pedrajas seguía siendo Pedrajas pero era un pueblo diferente sin verle cruzar la plaza hacia tu casa.
Los lugares los hacen las personas y, cuando éstas no están, los espacios, siendo los mismos, ya son diferentes. Todo cambia pero todo permanece. Con esa sensación escribí a Fuencis cuando supe que esta vez tu garbeo había sido un poco más lejano: “Hoy Pedrajas no es tan bonito”.
Carlos en un cómic de Tino para la revista "Tierra y Pinar", julio de 1980
En fin, Carlos, me pusieron un correo para si podían publicar ese escrito para Fuencis tras tu marcha o si quería escribir algo nuevo y en aquel momento preferí escribir algo nuevo. Pero ahora qué difícil me resulta. Cuando me pongo a ello las imágenes de los momentos me raptan, me quedo suspendido en ellas y el papel permanece allá, lejano, sin capacidad para interrumpir esos recuerdos. Es difícil porque tu recuerdo es el recuerdo de una gran parte de mi vida.
Fíjate, según los momentos fui ocupando diferentes lugares en el bar a medida que cambiaban las personas de mi entorno. Al principio, de niños, el bar, tras cruzar aquella cortina hecha con chapas de refrescos y botellines, se limitaba al paso raudo por la barra del Farruco antiguo hacia el reservado donde, tras una nube de humo, densísima, jugaban la partida nuestros tíos a quienes íbamos a pedir la propina. Entre aquella niebla teníamos que adivinar su mesa, su silueta, para una vez hechos con el botín, quizá de dos “realines”, salir hacia las “carameleras”. Tú ya estabas por allí.
Bar Farruco: El barquillero con su ruleta de la suerte
De jóvenes ya ocupamos el bar con pleno derecho. Es la etapa que Dani ha descrito de forma tan preciosa. ¡Vaya un primo que tengo! El lugar era ése, la ventana enfrente de la barra antigua; y las personas aquéllas, de las que estoy tan profundamente impregnado que donde estoy están ellas, forman parte de mí. Tú, Carlos, ya estabas allí.
De la mesa pasamos a la barra y aparecieron “los gafas”, Andrés y Carlos Sixto, apareció el humor, el surrealismo y el estudio exhaustivo de los cubatas; en tu bar, y en el otro y en el otro y en los de los otros pueblos y en los de los pueblos más lejanos. Y tú estabas siempre.
En ese lugar de la barra junto a la ventana que daba a la plaza llegaron Maribel, las Rincones, Paco Mate, Fuencis,... para quien fui “trama”, de tramales, por los vaqueros siempre rotos y deshilachados cuando no llenos de dibujos y escritos a boli. Y tú ya estabas allí (ahora con Fuencis).
Carlos y Chiqui en el Bar Farruco
Llegó el momento de la Peña en el que el bar ya se ocupaba en su totalidad: la parte antigua, la parte nueva… el bar entero; grupos grandes, grupos pequeños. Época de innumerables personas, época de Rubén, de Pepe, de Merche (que ha tenido el valor de acompañarme hasta hoy todos estos años)... de ¡tantos otros! Porque si los bares, como lugares de comunicación, eran el internet de aquellos tiempos, el tener una peña era como tener un blog; y había blogs muy visitados, como el nuestro, donde se hicieron muchas cosas. Tú ya estabas allí y nos dejabas llevar un cable desde tu casa, cruzar la calle Real, y así tener luz, música o bebidas. Estoy convencido que a ti nunca te habrá hecho mucha gracia esto de internet. ¡Es natural! tu casa era un “servidor” auténtico, real, no virtual.
Carlos y Tino ante un mural pintado en la peña Las Mañanitas
Carlos entre Pepe Morales y Vituco en la peña El Baco
Luego, con mi hermano Javier y Carlos Boti (mis hermanos pequeños), Míguel, Mate… Farruco ya era Charly y la vida era en la parte nueva –aunque nunca dejamos de visitar la antigua y a Chiqui. Con mi hermano Javier os comunicabais a través de la sonrisa.
Carlos —aunque hay muchísimos más como sabes—, todos estos recuerdos son externos, compartidos con otras personas y hechos junto a otras personas pero, si tuviera que extraer algún momento contigo, me quedaría con dos muy especiales: la vueltecita de la mañana cuando calculabas que podías dejar solo el bar unos minutos antes de que llegaran al café los que comían a la una (se comía pronto); vueltecita rápida en la que pasábamos a ver a tu hermano, a Mariano y a Feliche y volvíamos repitiendo los mismos pasos. Tú, tu corto, yo, mi vino.
Y las noches eternas, una vez que habías cerrado el bar, donde “arreglábamos el mundo” a veces casi hasta la madrugada. Dos asuntos nos ocupaban: la política y los temas ocultos y esotéricos a los que tenías entonces tanta afición.
Estabas suscrito a la colección “Otros mundos” de Plaza y Janés y cada mes recibías un libro de aquellas encuadernaciones tan buenas en tapa dura. A veces, cuando recogías el paquete de correos, enfrente de la confitería, lo abrías y te acercabas hasta casa antes de zambullirte en su lectura: mira, Tino, mira. Podía haber llegado “El retorno de los brujos” o “El misterio de la catedrales” o “Los relojes cósmicos”… En las noches siguientes los ibas desgranando para nosotros y los ojos te brillaban cuando hablabas de ello como si hubieras encontrado el grial o la piedra filosofal. Eras un buscador ávido porque ya sospechabas entonces que quien busca él es el encontrado.
Y la política. ¡Qué discutidor eras y cuánto amabas la polémica! No importaban las posiciones aparentemente tan distantes de las que partíamos porque sabíamos que al final íbamos a llegar a un acuerdo. Luego tú continuaste de forma activa y yo pensé que ya me podía dar unas vacaciones. Había sido duro hacer política en aquellos años (1972 a 1975) pero precioso; entendía por fin al personaje de una película (Prima della revoluzione) de Bertolucci cuando decía: “Quien no ha vivido los momentos de antes de la revolución no sabe lo que es la alegría de vivir”. Aunque los sueños se hubieran convertido en una transición pactada. Pero tú fuiste muy valiente, Carlos; por eso a Fuencis la escribía:
“Recuerdo que con Carlos, salvo algún conejo del “Coto” que le comimos a su padre, no hicimos nunca nada de lo que no pudiéramos sentirnos orgullosos.
No les vendría mal a los políticos actuales aprender de la generosidad de Carlos al que sus ideas, no sólo no le hicieron ganar dinero o reconocimiento, sino todo lo contrario. Porque el significarse en un pueblo pequeño con un negocio al público no lo hace cualquiera. Sólo los idealistas, o los héroes, o él.”
¡Me hubiera gustado tanto haber tenido esa última charla contigo! De nuevo hubiéramos intentado arreglar el mundo; este mundo que es hoy tan cruel, tan mezquino.
Bueno, Carlos, no quiero entretenerte más. Como habrás visto, y ya que te gustaban aquellos temas, el cielo lo construimos desde aquí, pieza a pieza, como un lego. A golpes de corazón, pieza a pieza, siendo honestos y mirando por los demás como por nosotros. Por eso, cuando has llegado, habrás visto que tenías un cielo precioso, el que tú te habías construido. Un abrazo, galán.
Tino