Yo era un adolescente cuando, junto a mis amigos, comencé a frecuentar el bar de Charly. La primera impresión que tuve de Charly al verle al otro lado de la barra, por su aspecto físico, en su forma de estar y de presentarse, fue la de pensar que era diferente o que estaba acompañado de un cierto misterio. Supongo que mi juventud, mi timidez de entonces, hicieron que yo le percibiese así.
Los años siguientes demostraron que estábamos destinados a entendernos. Organizamos conjuntamente varios torneos de ajedrez. Fuimos, entre otros, pioneros de la revista Tierra y Pinar ayudándola a dar sus primeros pasos. Recuerdos inolvidables para mí son los de aquel verano que recibimos clases de periodismo de Eloy Arribas, encima del bar, en una sala que a la postre sería la sede TyP.
Había encontrado un lugar donde se me prestaba un ocio que yo andaba buscando. Era un ocio creativo, de compromiso. Tengo la sensación de que allí y en todo ese ambiente, nació un grupo que durante más de diez años sentó cátedra, o al menos a mí me marco para cultivar una de las más bonitas aficiones que todavía conservo. Me estoy refiriendo al grupo de poesía. No es raro que en ocasiones yo me refiriese a la cafetería de Charly como el “Café Gijón” de Pedrajas. Con todas estas actividades se fueron enriqueciendo mis amistades de la forma más variopinta, y a todas ellas les doy las gracias por habernos rozado, poco o mucho, en un escenario que ya forma parte de nuestra historia.
Volviendo a lo de TyP, Charly, en una ocasión, me recriminó que fuese demasiado blando haciendo algunas entrevistas. Creo que aquello no me gusto, me sentí molesto. Pero después visto desde la distancia, reconocí que su crítica fue sincera. Además no se cebó en mí, dejando caer sus palabras en unos términos ajustados. No debí de cambiar mucho mi estilo de hacer entrevistas, pero son aquellas cosas que te dicen en la vida, que te permiten ver el futuro con un poco más de realismo.
Nunca tuve grandes conversaciones con Charly. En una que recuerdo él hablaba de los camaleones, aquellos animales que dependiendo de las circunstancias cambian su aparición externa. Él quiso mostrarse a la vida tal y como era, sin querer aparentar otra cosa ante los demás dependiendo de con quién estuviera. Charly era serio y fiable en su trabajo. Además cuando le veías fuera del bar desplegaba toda su simpatía, ¡Garrapillo!, me decía en tono risueño y cariñoso al cruzarnos por la calle.
Charly, como buen tabernero, me introdujo en una bebida: “Yo debía de tener 17 o 18 años, cuando junto a mi amigo Ramón (por aquel entonces Ramón y yo sintonizábamos de una forma extraordinaria) nos acercamos donde Charly antes de ir a la discoteca. Pedimos un batido de vainilla para cada uno. Le bebimos y nos quedó tal gustillo que pedimos otro, y después otro y otro y !otro más! Salimos tan complacidos que al domingo siguiente nos presentamos otra vez y pedimos de golpe 10 batidos para los dos. (¡La verdad es que un poco zumbados sí que estábamos!) Charly nos lo sirvió sin pestañear, con su talante habitual. Debimos repetir esta escena unas cuantas veces más. Pero un buen día, Charly me dijo: “Toma esto, Garrapo, a ver si te gusta”. Me sirvió un líquido blanco con un sabor muy especial, (aquella escena todavía la recuerdo como si la estuviese viviendo) ¡Era mi primera horchata! Luego siguieron muchas más, eso sí, éstas las consumí de una manera mucho más ordenada”.
Tan sólo me queda despedirme dando un fuerte abrazo a los hijos de Charly: Carlos, Elena y Cristina; y a Fuencis, su familia y la mía siempre han tenido una profunda amistad.
¡Un beso para todos!
Víctor Manuel Sanz Arranz.