Ante el inminente y probablemente irreversible cierre de “Charly”, cuyas puertas he franqueado casi diariamente desde su apertura, no he podido evitar echar la mirada atrás, recordando con nostalgia tantos y tan buenos momentos que, sin duda, quedarán indeleblemente grabados en la memoria colectiva de quienes los vivimos.
Supongo, como es lógico, que todos y cada uno de quienes lo han frecuentado tendrían su buenas razones para hacerlo, ya fuera echar la partida o tomar unas cañas con los amigos; pero para sus clientes más fieles, entre los que me incluyo, “Charly” no era un bar más donde tomar un café, era nuestra casa común, de la que partíamos y a la que regresábamos cuando no sabíamos adónde ir.
Personalmente, me he sentido siempre tan a gusto y con tanta confianza en él que, tras su cierre, me voy a sentir un poco exiliado y perdido. Para mí, cualquier hora era buena para visitarlo; pero lo que más voy a echar de menos es la hora del café, paréntesis vital que he procurado mantener abierto cada día para disfrutar, durante más de treinta años, de un pequeño placer: saborear con delectación, en mi mesa favorita, el delicioso café que Charly extraía con mimo de su vieja cafetera, mientras, entre sorbo y sorbo, me sumergía en las páginas de “El País”, compañero fiel que, salvo por Navidad y Año Nuevo, nunca faltaba a la cita. Café y “País”, o viceversa; una mezcla perfecta para lograr evadirme, al menos durante un rato, de las preocupaciones y problemas cotidianos. A partir de ahora, aunque no falten bares en Pedrajas donde tomarlo, ya nada será igual, siempre me sentiré extraño. Ya es demasiado tarde para echar raíces en otro lugar.
Bueno, basta ya de melancolía. Sirvan estas breves palabras como pequeño homenaje a “Charly” y a los que han estado tras su barra, pues han sido ellos, sin duda, quienes con su atención y buen trato han conseguido que, desde el primer momento, me sintiera como en casa y, a veces, mejor que en ella. Mi reconocimiento y mi gratitud a todos ellos.
Aceves.